El pequeño inconveniente de crecer

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«Crecer no es el problema, el problema es olvidar.»

Antoine de Saint-Exupéry ha logrado marcar a millones de personas con su libro Le Petit Prince (El Principito), mismo que se ha convertido en ícono de la cultura universal, llevar una historia tan conocida y tan querida por la gente a la pantalla grande representaba un reto, pues las adaptaciones son un terreno complicado que desata las más grandes disputas entre espectadores, realizadores y los lectores más puristas para determinar la respuesta a la obligada, cansada e innecesaria pregunta ¿Qué es mejor el libro o la película?

Mark Osborne (director de Kung Fu Panda y Bob Esponja: La Película) asumió el reto de contar una de las historias más famosas del mundo en una película animada y su hazaña fue un triunfo. The Little Prince (2015) no contará la historia per se del libro, es más bien un relato de alguien que lo leyó y nos comparte su experiencia.

La cinta tiene dos grandes divisiones técnicas y narrativas. La historia central nos lleva a conocer a una pequeña niña atrapada en un mundo de adultos, tan cuadrado y tan estructurado que da miedo, su madre la obliga a seguir un estricto calendario que le asegurará tener un futuro exitoso, lo único que no contempla es el tiempo para vivir. A un lado de la casa de la niña hay un lugar que no encaja con el contexto que la rodea, una construcción llena de objetos extravagantes y formas amorfas, en ella vive un viejo aviador quien le mostrará un nuevo mundo en el que todo es posible, donde la bondad y la inocencia todavía tienen cabida, el mundo de El Principito.

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Paralelamente a la línea de la niña y el aviador conoceremos pasajes del libro que da nombre a la cinta. Las palabras escritas por Saint-Exupéry hace más de 70 años se convierten en la esencia de la película y en el eje que guiará el actuar de sus personajes. Las secuencias correspondientes al relato de El Principito fueron filmadas en un bello stop motion  mientras que las de la niña fueron realizadas a través de CGI. Gracias a este elemento (identificable para todos) se marca la diferencia entre historias y momentos.

El pequeño inconveniente de crecer será un tema recurrente en la película, a través de los adultos que rodean a la niña podemos darnos cuenta de la tremenda insatisfacción y monotonía en la que se encuentran atrapados, es un escenario que no se aleja mucho de la realidad que observamos a diario, una en la que hemos olvidado el poder que tiene darle una sonrisa a alguien.

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El aviador y la niña son extraños (al igual que el Principito) en un mundo que no conocen pero que los reconoce como propios y los obligo a encajar en ciertos estándares. Vivir la vida se ha vuelto una labor en exceso complicada y todavía lo es más cuando nos olvidamos de disfrutar cada momento, como lo hacen los niños.

¿Es mejor el libro qué la película? Dependerá de la experiencia y vivencia personal de cada individuo, lo que es un hecho es la imposibilidad de compararlas, cada una es independiente de la otra y corresponden a contextos, autores y disciplinas diferentes. No hay punto de comparación.

Los adultos tan reales del filme nos producen escalofríos, todos tan iguales, tan robotizados que casi olvidamos que hay una persona mayor que no se parece en nada a los demás. El aviador es un personaje tan colorido que produce miedo en sus vecinos, rompe las normas, parece que raya en la locura. Los objetos que rodean su casa, incluido un pequeño zorro domesticado, llenan de magia el lugar. Las estrellas brillan junto a sus ojos cuando recuerda al Principito.

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La sensación de nostalgia que deja el film de Osborne es brutal. La infancia perdida y la olvidada capacidad de asombro que abandonamos con el paso de los años comienzan a dejar estragos en las personas, nos hacen olvidar que lo más esencial es invisible a los ojos. El tiempo es algo que no vuelve y es inevitable crecer y madurar lo único que podemos hacer para no traicionar al niño que alguna vez fuimos es no olvidar jamás.