Todos los caminos llevan a Roma

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If your brother is the pride of Rome, defeat him and you’ll defeat an empire.

Judah Ben-Hur (Jack Huston) es un príncipe judío al que nunca le ha faltado nada, su vida ha estado siempre llena de comodidades. Messala Severus (Toby Kebbell) es un huérfano romano que fue acogido por la familia de Judah, ambos crecieron juntos como hermanos pero sus pasados son la diferencia que separará sus futuros.

Timur Bekmambetov, responsable de regalarnos joyas como Wanted o Abraham Lincoln: Vampire Hunter, es el encargado de contar por sexta ocasión la épica Ben-Hur en caso de que alguien se haya perdido alguna de las cinco anteriores. La historia sigue siendo la misma pero adaptada a la tradición millenial del blockbuster, muchos de los capítulos que hacían larga a la narración fueron obviados para que la cinta durará las dos horas reglamentarias que un espectador se encuentra dispuesto a aguantar.

La película comienza con un vistazo al enfrentamiento final y con una narración de Ilderim (Morgan Freeman), la emoción anticipada por ver el final que todos esperamos solamente se ve calmada por unos breves minutos, pues después del prólogo entraremos de lleno al primer acto en el que conoceremos a los protagonistas en su juventud y se delimitarán los arcos dramáticos de los mismos, también es en este momento que conoceremos a los poco trascendentales personajes secundarios, la madre y hermana de Judah, que vieron toda su relación reducida a breves apariciones.

Toda la cinta se encontrará dividida por capítulos definidos por la temporalidad en la que se ubican. Muchos de los pasajes se verán en cuestión de secuencias que abarcarán años en minutos y su técnica no tiene una mala ejecución. A pesar de las omisiones el ritmo de la historia se mantiene y enfoca nuestra atención en la relación entre Judah y Messala.

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Jack Huston logra entregarnos un Ben-Hur carismático y humilde, el actor comprende la esencia de su personaje y eso le permite mantenerse fiel al mismo a lo largo de todas las transiciones que vive el protagonista. Su contraparte Toby Kebbell parece estar destinado a formar parte de proyectos que no logran despegar (Fantastic Four, Warcraft) pero al menos esta ocasión su personaje tiene más material para trabajar, el Messala en la historia de Bekmambetov no es un villano unidimensional sino que es más bien un antihéroe que se encamina más a una redención que a una condena.

Morgan Freeman tiene un protagonismo extraño, su personaje no solamente narra el inició sino que es el responsable de guiar a Judah y ser su coach para entrar al mundo del circo romano, además es el orquestador del acto final, todo sin que sepamos nada de trasfondo del mismo o siquiera recordemos el nombre del hombre que interpreta sin necesidad de buscarlo en la red. Lo único que pido es que Freeman sea mi gurú espiritual también.

Los efectos especiales de la cinta no son espectaculares y por momentos son poco creíbles, sin embargo hay dos secuencias que son logradas de manera excepcional. La primera es el ataque de un barco griego a la embarcación en la que Ben-Hur  es prisionero, las flechas vuelan y el fuego se propaga mientras sujetos encadenados se aferran a la vida y su sentimiento no puede ser más real.

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La segunda secuencia que destaca en la película es la que todos esperábamos, el épico desenlace con la carrera entre los hermanos y otros competidores sin importancia. Bekmambetov sorprende con secuencias llenas de acción pura que nos mantienen al borde del asiento todo el tiempo, es lo que estábamos esperando y la espera valió la pena.

A pesar de todas las limitantes que la cinta presenta, la premisa de Ben-Hur se mantiene. El lado humano y de perdón son la constante que rige a la narración, que lejos de convertirla en una lección de moral se vuelve en un discurso de empatía armonía que encaja con la adaptación de la película a los tiempos que vivimos.