El sonido del silencio

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I pray but I am lost. Am I just praying to silence?

La espiritualidad es una parte esencial de la humanidad. Hay muchas formas de encontrar paz interior, de igual forma hay otras tantas que permiten a varios depositar su esperanza en una entidad mayor, una que sobrepasa todo poder humano, una fuerza creadora a la que se puede acudir siempre que se le necesite, pero ¿qué pasa cuando, a pesar de la fe y la devoción, nuestras plegarias son respondidas solamente por un abismal silencio?

Martin Scorsese dirige Silence, una cinta que le tomo al director años realizar, una película sobre fe que es el resultado de la fe por sí misma. La historia se encuentra basada en la novela homónima de Shusaku Endo. El relato se centra en el viaje que hicieron 2 curas portugueses para rescatar a su maestro que se encuentra cautivo en Japón tras haber fallado en la evangelización de dicho país en el S. XVII.

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Silence comienza con una espesa neblina que da paso a la narración del Padre Ferreira (Liam Neeson) quien explica las razones que dieron paso al fracaso de su expedición, a medida que nos adentramos en la niebla atestiguamos junto con el clérigo las horribles torturas a las que son sometidos los creyentes de la fe cristiana en Japón; las nubes son espesas, ni un rayo de esperanza es capaz de entrar a un mundo que parece haber sido abandonado por Dios.

A miles de kilómetros de Ferreira se encuentra su congregación en Portugal, los altos mandos lo dan por muerto tras su última  carta (y los rumores de apostasía) y han decidido abandonar la tarea de difundir la fe en el medio oriente, pero dos jóvenes devotos se niegan a abandonar a uno de los suyos a su suerte, es así como el Padre Rodrigues (Andrew Garfield) y el Padre Garupe (Adam Driver) se convierten en el ejército de dos que encabezará la última misión.

La épica en la que se embarcan los dos protagonistas los llevará a conocer a un sinfín de japoneses que están dispuestos a dar su vida por obtener pequeños signos de esperanza, profesan una fe ciega a pesar de las inclemencias de su entorno, a pesar del silencio que los rodea. No todos tienen la fortaleza necesaria para aguantar las torturas sin decir palabra, no todos tienen la fortaleza para rechazar a su Dios y venerar a otras deidades, tal es el caso de Kichijiro (Yosuke Kubozuka) quien siente amor profundo por las enseñanzas cristianas, pero por alguna razón se empeña en ser el Judas de la historia.

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Los Padres fueron advertidos mucho antes de empezar el viaje, en cuanto pusieran un pie en tierras orientales estarían muertos, pero no hicieron caso. Es solo cuestión de tiempo para que ambos se vean separados y capturados por sus poco gentiles anfitriones. Su fe es puesta a prueba desde el comienzo, sus miedos y deseos se contraponen, ¿qué puede ser más valioso que la vida misma? ¿qué se debe hacer cuando los rezos no encuentran respuesta? Rodrigues y Garupe se encuentran con un grupo de fieles seguidores que están dispuestos a dar todo por ellos, por un pequeño acercamiento a Dios, pero los rostros de los clérigos muestran confusión ¿están ellos dispuestos a hacer lo mismo?

Silence se cuece a fuego lento, no atestiguaremos mucho intercambio de palabras, pero las acciones son más poderosas, también escucharemos los agudos pensamientos de los protagonistas, el sufrimiento que viven es todavía más grande cuando son capaces de exteriorizar todo lo que se vive en su interior. Scorsese se encarga de recordarnos que los hombres que vemos en pantalla son precisamente eso, hombres cualquiera, la vestimenta que portan no los hace inmaculados, pues en sus adentros sienten el más terrible de los miedos y la más profunda de las desesperaciones, son de carne y hueso, sangran, viven y cuestionan.

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Thelma Schoonmaker y Scorsese continúan siendo un equipo fabuloso, la editora comprende a la perfección el sentido con el que el director quiere contar la historia, ofrece el ritmo ideal y es elemento clave para construir las imponentes imágenes que componen a la cinta. Silence es un verdadero logro, es cine de primera clase, sutil y elegante, pero al mismo tiempo poderosa, violenta y enigmática.

Cada fotograma que vemos en Silence se queda en nuestra memoria, cada elemento es una pincelada que compone un delicado cuadro atemporal que encuentra belleza en cada gota de desesperanza que se transpira en la cinta; esto se debe, en gran parte, al asombroso trabajo de Rodrigo Prieto que juega con las luces y la obscuridad de manera brillante, su trabajo se convierte en protagonista del relato y dota de sentido y significado cada imagen.

Andrew Garfield sigue demostrando su amplio talento, su interpretación es matizada y sus pasos controlados, el actor nos empapa con la agonía de su personaje, con su devoción, pero sobre todo con sus dudas. Garfield comprende la dualidad de Rodrigues, por un lado abraza su fe, pero por el otro tenemos al ser humano despiadado y soberbio, uno que profesa los valores cristianos pero al parecer no es tan bueno en la práctica, el actor humaniza y destroza a su personaje, nos entrega es un espectáculo crudo y desgarrador.

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Martin Scorsese dota a su cinta de un cargado simbolismo que no nos permite perdernos detalle. El director muestra dilema y conflicto, no nos da resoluciones, el camino debe de seguir. Scorsese entrega una cinta violenta sin necesidad de sangre y decapitados, la agresión puede estar en una mirada y en el más cruel de los silencios. Las secuencias más intensas que Scorsese nos ofrece son aquellas en las que la fe se ve puesta a prueba y esa misma fe es la encargada de jalar el gatillo. Una secuencia en particular destaca, 3 creyentes son crucificados en la playa a merced de las olas mientras su pueblo se mantiene expectante a su muerte, no observamos violencia a la Trantino, vemos lo suficiente para comprender la tragedia que evoluciona en el rostro de los presentes…y eso es mucho más poderoso.

Silence explora con gracia la fe de las personas y nos hace vivirla, ya sea dudando o comprendiendo el dolor que siente alguien cuando le piden que se pare sobre la imagen de lo más sagrado en su vida. Presenciamos las consecuencias de la devoción, buenas y malas, Scorsese nos lleva a un mundo terrenal de una manera exquisita y sofisticada y nos deja ahí en medio de todo cuando no hay más que el sonido del silencio.