Largometrajes en competencia FICM: Primera parte

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“Quiéranse como son, quiéranse por siempre.”

Don Cuquito. Las flores de la noche

La competencia oficial de largometrajes, tanto documentales como ficciones, del Festival Internacional de Cine de Morelia siempre está compuesta por una cuidadosa selección de lo mejor del cine mexicano. El festival es una plataforma enorme para que tanto cineastas como audiencia dialoguen sobre las nuevas narrativas e historias que se cuentan a través de las imágenes; es un escaparate fundamental para el cine mexicano de manera nacional como internacional. Estas selecciones, junto con las de cortometraje comprenden el corazón de este gran evento.

Este año la competencia oficial estuvo integrada por nueve largometrajes de ficción y nueve documentales. En esta primera entrega comentaremos cuatro de estas películas que el festival nos ofrece en su catálogo.

Tras su exitoso paso por Sundance y otra serie de festivales, Sin señas particulares de Fernanda Valadez, llega a nuestro país con un relato de ficción que se siente sumamente cercano y real. Las narrativas de violencia y migración han tomado el protagonismo en el cine mexicano y no todas poseen la sensibilidad y humanismo con el que Valadez logra contar su historia. El filme entrelaza los caminos de diferentes personajes que atraviesan situaciones de deportación y angustia con la historia de Magdalena, una madre (Mercedes Hernández), que buscará a su hijo contra viento y marea después de que este desapareciera en un camión cuando intentaba cruzar la frontera.

La cinta posee una composición visual por demás deslumbrante que acompaña a su desgarrador relato. Sin señas particulares te sumerge en una búsqueda que intuyes está predestinada al fracaso, pero un dejo de esperanza existe para que persista. La cinta se consume a fuego lento avivando la desesperación que viven los implicados ante la incertidumbre de su futuro y el de sus seres queridos. No hay certezas cuando la violencia es la única presente y el estado brilla por su ausencia. Cada paso que dan los personajes los lacera y a nosotros con ellos, se trata de un infierno que recorren con tal de encontrar justicia o bien una vida mejor.

Valadez hace gala de una habilidad narrativa nata en la que los diálogos escasean, pero las imágenes hablan por si mismas. “Tal vez mi hijo está muerto, pero tengo que saberlo” es lo que dice la protagonista a las autoridades que no dan mayor respuesta ante sus múltiples solicitudes y es esa misma fuerza la que la empuja en un viaje que complejiza a medida que avanza, un viaje que amenaza con calcinar su esperanza. La ópera prima de Fernanda Valadez es una de las cintas imperdibles de esta edición del FICM.

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La ganadora de la categoría de largometraje documental del pasado Festival Internacional de Cine de Guanajuato forma parte de la selección del FICM este año. Las flores de la noche de Eduardo Esquivel y Omar Robles nos lleva a las orillas del lago de Chapala, Mezcala de la Asunción sirve como escenario para un poderoso relato de juventud, amistad, identidad, pero sobre todo de orgullo.

Las flores de la noche es un grupo integrado por Dulce, Violeta y Alexa Moreno, mujeres trans que desafían toda convención de la región y se imponen ante las normas y prejuicios de los habitantes; la cinta toma su nombre gracias que éstas se hacen llamar de esa forma. No dejan que las miradas, risas y comentarios en la calle las detengan; se han apropiado de su espacio, son las reinas de la región y comparten su corona entre ellas y todos aquellos que, como ellas, desafían a la homofobia en su población.

Uriel es un joven homosexual que intenta acercarse de nuevo a las flores de la noche, esta reconciliación sirve como eje guía de una historia que se teje con cuidado gracias a las grandes personalidades de sus protagonistas. Ya habíamos visto a Uriel en el cortometraje de 2016 Uriel y Jade (Eduardo Esquivel) donde se mostraban los dilemas que enfrentaba el chico ante el conservadurismo de la región y la imperante presencia de la religión. En Las flores de la noche ese discurso también aparece por momentos, pero la cinta va más allá de la represión que viven los jóvenes queer en Mezcala. La cámara los acompaña en sus vivencias más íntimas resaltando siempre la amistad y libertad que estos jóvenes han logrado a través de vivir su identidad con valentía y amor ofreciendo un entrañable relato que te deja con una gran sonrisa en el rostro.

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La mami de Laura Herrero Garvín también forma parte de la competencia documental del FICM. Esta cinta tiene como escenario el baño de mujeres del mítico Barba Azul que, para documentar, casi de manera etnográfica, las dinámicas y vidas de las mujeres que fungen como acompañantes de los asistentes. La figura de “la mami” adquiere un rol protagónico al ser la entidad maternal del lugar.

México es un país donde la matriarca es quien tiene el poder familiar y en esta nueva familia adquirida los vínculos que se establecen entre las implicadas son de sororidad. Deja al descubierto las dificultades a las que se enfrentan las mujeres no solo en su espacio laboral, sino también en su cotidianidad. Esto último es verdaderamente revelador y doloroso, pues te enfrenta a realidades que pocas veces son observadas con detenimiento o a las que simplemente se prefiere voltear la mirada.

La mami triunfa gracias a su estructura sencilla que deja al descubierto conductas, acciones y mundos en un escenario tan pequeño y complejo como el baño de mujeres, sitio donde se comparten vidas y dolencias, pero también donde se generan familias. La cinta es sumamente entrañable, pero la mami del Barba Azul lo es todavía más.

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El aclamado documentalista Everardo González presenta su más reciente producción Yermo. Un ambicioso proyecto que se centra en la observación de la vida de aquellos que viven en distintos desiertos a lo largo del mundo. Los inhóspitos paisajes poseen una decadente belleza que emergen de la pantalla. Las imágenes son acompañadas por un trabajo sonoro excepcional que se mezcla de forma natural con lo que la cámara nos enseña.

Everardo González desafía toda convención del documental y deja que sus personajes sean y desenvuelvan su cotidianeidad frente al lente con una naturalidad que pocas veces logra verse en pantalla. Las intervenciones que el director tiene no rompen con esta atmosfera que se ha generado, sino que incentivan la curiosidad y el dialogo entre los implicados otorgándonos momentos llenos de inocencia donde el sentido de lo humano es el protagonista.

Yermo es en todo momento un viaje inmersivo done los conceptos de hogar, pertenencia y vida toman el protagonismo. Sin una línea narrativa fija o una estructura clásica, el espectador debe entregarse a las imágenes y sensaciones que se filtran en cada fotograma en el más puro y fascinante ejercicio de exploración.

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