El fin del mundo

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“Lovlessness…nobody should live like that.”

El cine es capaz de despertar en nosotros todo tipo de sensaciones, usualmente preferimos ver cintas que alegren nuestro día, en palabras de muchos espectadores, se elige mayormente películas que nos hagan olvidar la realidad. Existe otra cara de la moneda que se conforma por filmes que despiertan la desesperanza y el enojo que sus autores plasman en su discurso, en su denuncia y aunque no te pongan una sonrisa en el rostro el mérito es igual o más grande que las primeras.

La figura más importante del cine ruso actualmente es Andrey Zvyagintsev, quien, con su corta pero potente filmografía, ha demostrado ser uno de los autores más interesantes de las últimas décadas. Su estilo ya es reconocible y en su último trabajo, Loveless, lo consolida de una manera sórdida e impecable.

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Zhenya (Maryana Spivak) y Boris (Alexey Rozin) son una pareja que está en proceso de divorcio, nos queda perfectamente claro en los primeros segundos que ninguno es capaz de tolerar al otro, las diferencias son irreconciliables, si alguna vez hubo amor nosotros nunca seremos testigos de él. Ambos tuvieron un hijo, Alyosha, mismo que parece no importarle a ninguno de los dos y en efecto comprobamos su poco interés por el pequeño cuando tienen una fuerte discusión sobre quién se quedaría con él tras el divorcio, como si fuera un objeto, un absurdo regalo de bodas que nadie quiere tener en su hogar, pero se rehúsan a tirar. Ninguno de los se percató que el pequeño Alyosha había estado escuchando tras una puerta el poco cariño que sus progenitores le tienen y cuando nosotros lo encontramos en su escondite la imagen es devastadora, el sollozo y la desesperación se representan de una forma que nunca antes había visto en el cine, es una escena devastadora.

Tras iniciar como un intenso melodrama el ritmo de Lovelesscambia abruptamente tras la desaparición de Alyosha y se transforma en un enfermizo thriller con un agudo y preciso comentario social que te deja con dolor de estómago durante las dos horas que estás frente a la pantalla.

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Zvyagintsev construye su discurso desde un núcleo destruido y se expande con maestría a una sociedad todavía un poco más jodida, si bien el discurso del director se centra en la realidad rusa (y los comentarios que lanza contra su madre patria retumban con intensidad) es fácil encontrar el parecido con lo que se vive a nivel global, lo que es más deprimente todavía.

El director ocupa eficaces alegorías a lo largo de su cinta para mostrarnos todas las capas de su historia, a medida que vamos desmenuzando los elementos que nos brinda la rabia brota de manera natural, la sensación que provoca es un enojo que siente en lo más profundo de nuestro ser.

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La estética de Zvyagintsev no hace más que intensificar el sentir de desesperanza que se vive en la búsqueda, un sentir que se comparte como sociedad. Los gélidos paisajes se retratan con una sobriedad escalofriante, los espacios cerrados generan ansiedad y claustrofobia cuando se combinan con intensas sombras y son los cadáveres de la naturaleza los que ofrecen una fúnebre belleza que anuncia que la vida no podrá prosperar jamás en un lugar tan enfermo como el que estamos observando.

El ruso no pierde la oportunidad de desviar un poco la mirada de sus despreciables protagonistas y mostrarnos secuencias, que, a simple vista parecieran estar inconexas con el relato en las que observamos a gente de la comunidad en sus labores por unos segundos, pero dichas escenas engloban una poderosa y esencial parte del discurso, así como también los hacen los programas de radio y televisivos que suenan de fondo durante la cinta.

La existencia no puede ser posible en un mundo sin amor es una poderosa línea que se dice en Loveless y es también una verdad universal, lo único que nos podría esperar al vivir de esa forma es justamente el fin del mundo. Las últimas secuencias de la película son vibrantes y erizan la piel, la desesperanza y el enojo vienen después, una vez que se ha digerido la cinta y nos enfrentamos a la realidad.